Como ocurrió en las semifinales de la Concacaf Nations League, el SoFi Stadium de Inglewood, California, se llenó sólo para ver jugar a la Selección Mexicana de Fútbol. Ni siquiera Estados Unidos, en teoría el equipo local, pudo atrapar a la gente en su partido frente a Panamá ni tampoco en el del tercer lugar contra Canadá.
Está claro que México mueve pasiones que otras selecciones en la Concacaf solo sueñan con poder provocar. Ese vaivén emocional suele representarse en ganancias económicas para la confederación que, aunque siempre organiza competencias en suelo estadounidense con olor a dólares, las sedes se basan en la afluencia de mexicanos a la redonda.
Pero, a pesar de ese contexto a favor, el Tri no sólo no había podido alzarse con el título, sino que el torneo había significado duros reveses en un proceso de turbulencia tras el bochornoso paso del cuadro azteca en Qatar 2022. Por eso, Javier Aguirre sabía, desde que asumió para su tercer mandato al frente del equipo, que ganar la Concacaf Nations League tenía que ser el punto de partida anímico para consolidar su proyecto; y lo consiguió.
Un pletórico Raúl Jiménez en modo orquestador
Karim Benzema se cansó un día de que le preguntaran por su ausencia de goles durante su paso por el Real Madrid. Harto de la prensa que buscaba crear polémicas baratas, el francés soltó una frase para la inmortalidad: “Juego para los que saben de fútbol”. La actuación en este Final Four de la competencia de Raúl Jiménez estuvo a la altura de esa frase icónica.
Sin embargo, a diferencia de Benzema, Jiménez no tuvo seca la puntería ni se agobió de cara al arco rival. El delantero del Fulham mostró una versión que hace mucho no se le veía y que muchos dudaban ver algún día: con cuatro goles anotados en dos partidos y una influencia apabullante en el juego del Tri fue sin duda el jugador del torneo.
Una actuación emocionante si se tiene en cuenta que hace cinco años su vida se puso de cabeza tras un golpe brutal de cabeza con el brasileño David Luiz que, incluso, puso en riesgo su carrera profesional y su modo de vida. Es imposible al verlo jugar de la forma en la que lo hace no recordar cómo el mexicano tuvo que “aprender” a realizar acciones básicas de su cuerpo mientras su madre le daba de comer en la boca.
Lejos han quedado los primeros partidos tras su vuelta a la cancha en la que no sólo se le veía fuera de forma si no con una falta de confianza evidente que entristecía a más de uno por ver cómo uno de los jugadores mexicanos más talentosos de su historia iba perdiendo un brillo que prometía encandilar al mundo.
Hoy, esos episodios adversos que parecían claudicar una carrera prometedora, se han convertido en los cimientos de un renacimiento humano de un futbolista completo que sale del área, pisa la pelota, toca de primera, de tres dedos y va al choque sin un atisbo de temor. El premio a ese pundonor fueron goles que abrieron y cerraron marcadores como para dejar clara su huella: Jiménez es ya el tercer máximo goleador en la historia del Tri con 39 anotaciones. Está a 13 tantos de Javier ‘Chicharito’ Hernández; parece inevitable que lo supere.
Un equipo con el sello del Vasco
A la par de la importancia de Jiménez está Javier Aguirre. El viejo lobo de mar experto en desactivar cualquier tensión con frases coloquiales mexicanas, con una que otra grosería de por medio, llegó a un barco a medio hundir y con sus tripulantes en depresión. Sin inmutarse, el Vasco se puso a trabajar desde lo anímico e incluso pudo superar una de las eternas crisis institucionales de la Federación.
En cancha, su lugar en el mundo, Aguirre –como Jiménez— revolucionó incluso su propia forma de pensar. Acostumbrado a priorizar el orden, el Vasco que solía jugar con un solo punta quedó atrás, influenciado por un contexto difícil de obviar: Tras pensarlo varios días tuvo que ceder a sus propios impulsos y acomodó el equipo para que Raúl Jiménez jugará junto a Santiago Giménez en el ataque en un 4-4-2 movedizo y de presión alta.
Y aunque el buen juego que el mismo Aguirre aspira y otros tantos en México todavía no se establece completamente, el entrenador mexicano no sólo salió airoso de una competencia que necesitaba ganar, sino que lo hizo con un equipo bien suyo: encarador, con pundonor y con los dientes bien apretados.
También se irá de Estados Unidos con más respuestas que preguntas, una situación que no suele ser habitual en los entrenadores recién llegados a las selecciones. Una de ellas, tal vez la de mayor peso, es la del frente de ataque: parece inevitable que México juegue con dos delanteros.
México suma un nuevo campeonato de la región, pero sobre todo ha logrado obtener el ánimo suficiente para llegar pleno a una Copa del Mundo que de a poco comienza a generar furor en un país que, a pesar de tantas tristezas en los últimos tiempos, anhela volver a creer en su selección y sentir que le puede competir a cualquiera.